Si no vas a decirme dónde estás, si no vas a confiar en mí para ayudarte entonces, ¿por qué estás aquí? ¿Para qué molestarse? Luego de un silencio, en la sala resonó con un suave gruñido, sentí que se iba. Sentí la desaparición de su ausencia en la habitación, el escalofrío recorriendo mi espalda. En una fracción de segundo antes de desaparecer por completo, él pasó junto a mí, y me susurró al oído. “Porque tú eres la razón por la que respiro.
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