Anoche, mientras estaba en los brazos de Erinni, lo comprendió todo. En el fondo seguía siendo aquel chiquillo sucio y desharrapado, enfadado con el mundo por las cartas que le habían tocado en suerte, solo y traicionado, sabiéndose indigno de ser amado e incapaz de amar. Pero Erinni le había demostrado, con una sola mirada, que estaba completamente equivocado. Durante un instante, en aquellos ojos color chocolate vio brillar un sentimiento puro y límpido, como las aguas recién salidas de un manantial de montaña. Erinni lo miró con amor, como si él fuese lo mejor que le hubiese pasado en la vida, como si viviera y respirara solo por él, y sintió en las manos que lo acariciaban el amor que tan desesperadamente necesitaba aún sin saberlo. Lo necesitaba y lo temía.