Los milicianos corrieron por las calles mientras los ciudadanos se escondían, desesperados, entre casas viejas, en los pozos, en las despensas de sus vecinos. Cerraban las puertas los padres de familia y asían con fuerza sus mejores cuchillos. Las mujeres abrazaban a sus hijos, las sirvientas aseguraban las ventanas. Algunos, los más temerosos, se acurrucaban en el camastro con la débil seguridad de las velas encendidas. Esa noche, los lobos tomaron Barcelona, y en ese ferviente caos de guerra y muerte, Fortuna desenvainó su espada. Había entendido el mensaje. «Gryal está aquí», decían los lobos. «Ha vuelto la primavera», decía su aullido.