Aun en aquel estado, en la frontera entre sus dos mundos, Casandra supo que estaba sonriendo. Así que cuando una de aquellas diminutas estrellas se adelantó en su dirección, dejó que su alma la envolviera. Otra ráfaga de imágenes surgió de ella: Casandra acercándose a él en el servicio del instituto con una mirada entristecida pero resuelta, levantando la mano para acariciar su rostro, el temor a que lo tocara, el primer roce… y el amor surgiendo de su interior, empujándolo hacia ella, desterrando las dudas y destruyendo el muro infranqueable que él mismo había levantado en torno a su corazón y su alma.