—¿Qué tanto me miras? — pregunto con timidez. Podía haberle dicho cualquier cosa, podía haberle dicho que me gustaba su peinado, o que me agradaban loa aretes que traía puestos, pero mi boca se desconectó de mi cuerpo. —Es que eres muy hermosa—dije en un susurro apenas audible.