Pero sobre todo escribí acerca de él, que ahora se llamaba Max, acerca de mi hermano, nuestro amigo, que llevaba diez días desaparecido. Y escribí acerca de lo que había perdido aquella mañana: el testigo de mi alma, mi sombra de la infancia, cuando los sueños eran pequeños y alcanzables para todos; cuando los dulces costaban un penique y Dios era un conejo.