Puesto que Dios nos concede tiempo para disponer de nuestro desalojo, preparémonos, hagamos el equipaje, despidámonos a tiempo de la compañía, desembaracémonos de esas violentas ataduras que nos retienen en otro sitio y nos alejan de nosotros mismos. Hay que desatar esos lazos tan fuertes, y a partir de ahora amar esto y aquello, pero no casarse sino consigo mismo. Es decir: que el resto nos pertenezca, pero no unido y adherido de tal manera que no podamos desprendernos de ellos sin desollarnos y arrancarnos a la vez alguna parte nuestra. La cosa más importante del mundo es saber ser para uno mismo.