Cambiando de postura en el sillín, Adam pensó que la forma en que su humilde vida seguía los moldes de la literatura tenía algo como de metempsicosis. ¿O quizá -se preguntó, hurgándose la nariz- era consecuencia de estudiar tan detenidamente las estructuras de las frases de los novelistas ingleses? Uno se había resignado a no tener ya un lenguaje privado, pero se aferraba melancólicamente a la ilusión de poseer los hechos de su vida.