Para bailar, hay que merecerlo. Bailar sobre un escenario y delante de público constituye la mayor de las felicidades. A decir verdad, incluso sin público, incluso sin escenario, bailar es el colmo de la embriaguez. Una alegría tan profunda justifica los sacrificios más crueles. La educación que os damos aquí tiende a presentar la danza como lo que es: no un medio sino una recompensa.