El intelecto, lejos de ser un valor cultural inofensivo, me había sido otorgado únicamente como un arma, un medio de supervivencia. Así, las disciplinas físicas que más adelante serían tan necesarias para mi supervivencia se podían comparar en cierto sentido al modo en que una persona para quien el cuerpo ha sido el único medio de vida se embarca en un frenético intento de adquirir una educación intelectual cuando su juventud está en el lecho de muerte.