Mientras estaba en la cama no podía dejar de pensar en él; lo estaba reconociendo, lo deseaba, realmente lo deseaba tanto como nunca antes jamás había deseado a alguien. Era el hombre más bello que existía sobre la tierra, demasiado hermoso que parecía imposible. Sus ojos, eran del color del más bello azul y su mirada tan cautivante como ver una laguna en calma, la que a la vez, tenía la fuerza penetrante de la pasión como el océano en tormenta. Su voz, como un implacable huracán y a la vez suave y refrescante como una brisa fría en el cálido desierto. Su cara y su cuerpo eran perfectos, más que cualquier estatua de mármol esculpida. Era la ambrosía y la fruta prohibida, simple y sencillamente el ejemplar masculino más hermoso del planeta.