―Es solo una hora ―empezó a decir de nuevo, pero la rabia de las multitudes tiene efectos secundarios: enturbia la mente y ensordece a sus víctimas. Debía cambiar de táctica―. ¡Mirad, el Rey de España! Pero la rabia de las multitudes vuelve a las multitudes republicanas. Nadie miró. ―¡Mirad, Isabel Pantoja! Pero la rabia de las multitudes vuelve a las multitudes aficionadas al jazz. Nadie miró. ―¡Mirad, Batman! La rabia de las multitudes, naturalmente, no vuelve a las multitudes más crédulas. La pequeña y pizpireta azafata estaba a merced de las señoras con abanico. Ese es siempre el momento que elige el Séptimo de Caballería para llegar y salvar el día.