Déjame que investigue las últimas células de tu cuerpo, los últimos rincones de tu alma; déjame que vuele tus secretos, que aclare tus misterios, que realice tus milagros; consérvate, presérvate, angústiate; sufre el amor; espérame...
Te quiero, sí, te quiero: pero a medida de que te quiero se me van haciendo innecesarias las palabras.
Vendríamos de la mano, a media calle, solos, y no diríamos nada. Que lo diga la noche. Que digan que te quiero las estrellas, los rumores lejanos, la distancia.
Ojalá te encuentre por aquí, en alguna calle del sueño. Es una gran alegría ésta de aprisionarte con mis párpados al dormir.
Tienes que oír mi amor con su voz, tocarlo en su carne, aceptarlo como es, desnudo y libre.
No hay lugar para el místico que soy dentro del ateo que represento. Y no es problema de Dios -hace tiempo abandoné a Dios-; es conflicto de identidad, de realidad.