Entonces, mi padre y yo nos mirábamos en silencio. El silencio siempre fue la conversación más apasionada entre mi padre y yo.
Dije que sí, aunque sin convicción. Qué cobarde me sentí. Y poco tiempo después, cuántas cosas aprendí a decir y a silenciar, aunque no coincidieran con mis sentimientos. En aquellos momentos aún no habia salido de mi timida inocencia.
Contraviniendo consejos abrí el balcón de la sala, solo para oler la cercanía del bosque. Para mi nunca seria peligroso. Pese a las advertencias recibidas, el bosque seguia siendo en mi imaginación y en mis sentimientos el único mundo habitable.