Mientras contemplaba al presidente tendido en el sarcófago de cristal, recordé la sensación de cataclismo que había tenido dos años antes al oír la noticia de su fallecimiento; el desengaño al descubrir que en el mundo no había dioses. Ni en sueños habríamos creído que el presidente Mao moriría un día, pero murió. Creíamos que si se moría el presidente Mao, sería el fin de China. Pero llevaba dos años muerto, y el país no sólo no había llegado a su fin, sino que iba mejorando paulatinamente [...]
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