Contrario a la expectativa. Un hombre sabio, la maravilla de su época, le enseñaba a sus discípulos a través de lo que parecía ser una inagotable fuente de sabiduría. Él atribuía todo su conocimiento a un grueso tomo que estaba guardado en un lugar privilegiado de su habitación. El sabio no le permitía a nadie abrir el volumen. Cuando murió, aquellos que siempre lo habían seguido, considerándose como sus herederos y ansiosos por poseer lo que contenía, corrieron tras el libro para abrirlo. Quedaron sorprendidos, confundidos y decepcionados cuando hallaron que lo escrito ocupaba apenas una hoja. Quedaron aún más desconcertados y luego irritados cuando intentaron penetrar en el significado de la frase que sus ojos habían encontrado. Era: “Cuando te des cuenta de la diferencia entre el contenedor y el contenido, tendrás el conocimiento.
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